miércoles, 21 de septiembre de 2016

Despertar con miedo en el cuerpo

Antes de ser madre una se imagina durmiendo poco porque el bebé llora  porque tiene hambre, porque se hace pis, porque le duele la tripa, porque le salen los dientes, porque está incómodo, porque sí... Y es cierto, das mil vueltas durante la noche, sobre todo al principio, a lo que además se suma el pensamiento "¿seguirá respirando?"

Luego pasa un tiempo, el bebé duerme más, te dicen que le dejes dormir porque durmiendo crecen y tal y qué sé yo. Pues nada, que duerma... Pero tú sigues ahí, dando vueltas a ver si se destapa, a ver si respira. Descubres que eres madre de tu bebé-marmota, que, hablando en plata, es un ser extraño y tranquilo que te hace sospechar que trama algo, porque es el único de un amplio grupo de mamis que conoces que duerme a ese nivel. A mi se me antoja un rollo "Pueblo de los malditos", pero sin pelucas blancas y brillo en los ojos, más disimulado.

Hay días que te despiertas después de horas de silencio y de plácido sueño de la criatura, en mitad del silencio, sobresaltada, y te acercas a ver si sigue respirando, porque te parecen demasiadas horas de paz. Y ves que se mueve muy ligeramente, te apresuras a alimentarlo (¿y si muere de inanición durante la noche?) y el elemento, lejos de despertar para empezar a dar guerra durante todo el día, come ávidamente, eructa, se frota los ojos y... y te hace la cobra para seguir durmiendo. No en tus brazos. En la cuna. Un rollo "a mi déjame seguir durmiendo, pesada". Y tu te vuelves a la cama, flipando, y empiezas a darle vueltas. Y a dar vueltas... y la que no puede dormir, eres tú. Te dura el susto y lo sabes.

Ese ser capaz de dormir sobre una piedra y como una piedra.

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