sábado, 2 de febrero de 2019

Breve historia de mi último parto


Érase una vez, a principios de junio de 2018.

Corría la semana 39+2 cuando...

Después de una tarde de parques muy entretenida con mi chica mayor, vuelvo a casa y nos disponemos a la rutina de baño-cena.

Digamos que empecé a incomodarme sobre las nueve, cenamos, nos acostamos...

Y a las dos me desperté y esto iba en serio. Ya dolía y eran cada 12-13 minutos, aguanté un rato, midiendo con el reloj, y a las tres empezamos a movernos. Duchas rapiditas, gestión de niña mayor, se reducía el tiempo muy locamente, y a las cuatro cuarenta ingreso con 7 cm.

¿Epidural? No contaba con ella, y sin ella seguí, ¡A saco!
Me dejaron un espejo para ver el progreso del parto, realmente interesante.

Y a las 5:27  ¡pop! 
Estaba fuera.
2620, un kilito más que la mayor (que nació en la semana 35 apresuradamente).
Cero puntos, todo en orden.

Todo guay con su piel con piel, tan ricamente. Durante el cambio de turno, a eso de las ocho, a planta y a trabajar tetilla y a descansar.

The end.




Algo tan rápido no se podía contar más largo, ¿no os parece?

Mis chicas


Esta breve historia responde al aluvión de historias de terror que se leen o te cuentan sobre los partos de unas y de otras en la blogosfera maternal y en el mundo real. No todo es terrible, también puede ser así, "una horita corta", como te desean cuando te ven ya a punto de caramelo. Mucha suerte a todas las que estén esperando el momento.

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